Trabajo inútil


Imagen de agricultor (Foto Gustavo Fring. Pexels)

Tengo la idea de que hay un gran desconocido en nuestro mundo: es el trabajo inútil que nosotros u otras personas llevamos a cabo.

Definamos el trabajo inútil con un ejemplo: hoy observaba a un trabajador de la sopladora. Sí ese cacharro que una odia tanto por el ruido que arma y la molestia para ojos y aparato respiratorio al levantar el polvo, que se usa en «limpieza» pública para apartar la broza* de un lado y llevarla a otro.

Ese señor, pobre condenado al trabajo inútil, estaba en una calle y movía broza de un lado a otro. Era tan leve y poco patente la broza que movía, que ni siquiera tenía que molestarse en almacenarla en un saco o una bolsa de plástico o del material que fuese, lo cual quizá habría convertido su trabajo en un poco útil. Pero no, la echaba a la calzada. En el suelo apenas había trocitos de hojas secas, alguna ramita pequeña, alguna colilla olvidada… Nada para hacer un montón. ¡Mi calle está mucho mas sucia y no hay sopladoras… dios me libre mientras viva!

(Aunque me temo lo peor.)

Mover la broza de un lado a otro.

No me digáis que ese cacharro es ecológico o eco-lo-pollas, o rápido o beneficioso para algo, porque no lo es. Así que que los capitostes municipales se guarden el adjetivo para sus memorias y sus gastos (inútiles) de los impuestos de los ciudadanos. Y se metan la sopladora por ahí.

El buen hombre estaba condenado a un trabajo inútil, ruidoso, peligroso para sus oídos como demostraban los protectores que llevaba puestos. Peligroso para sus ojos, como demostraba la máscara vinílica (o de lo que sea: plástico transparente) que llevaba delante de la cara… Peligroso para los oídos y los ojos de cualquiera que estuviese al lado, niños y perritos.

ospecho que las sopladoras se compran porque hacen el trabajo (inútil) mucho más rápido que los antiguos barrenderos: o sea una m.r.d.a pinchá en un palo.

Inútil el trabajo; inútil el resultado.

No sé si se contabiliza el trabajo inútil que acabo de descubrir. Debe de haber millones, toneladas, de trabajo inútil en el mundo. No solo en nuestro país, no: en el mundo entero. Millones. «Llevacajas» era un insulto en la Irlanda medieval; trabajador de lo inútil debería ser otro, pero al nivel mundial en nuestros días.

Me apenan los condenados a hacerlo. Me apena el despilfarro de ruido, electricidad, gasolina, cabeza de trabajador, manos y ojos de ser humano, oídos de viandante, dde perro viandante, de niño viandante… No me importa si le pagan bien o mal. Yo le preguntaría al hombre, o mujer, que lo lleve a cabo: ¿oiga, le gusta a usté trabajar con eso? Si contestaba que sí, pero que le pagaban bien, ya sabríamos que es perfectamente inútil el trabajo y que él no se daba cuén… o es que estaba condenado.

Nadie debería de llevar a cabo trabajo inútil, para por-que-sí o para postureo privado, municipal, estatal… Eso sí que sería dignificar a los trabajadores. Una buena medida para eliminarlo sería que el que lo lleva a cabo cobrase lo justo por ello: nada.

Libros de Hibernia (2)


Fragmento inicial del Cathach, considerado por tradición el libro más antiguo de Irlanda (foto: F. Henry, Early Christian Irish Art)

Dataciones y rarezas

Las primeras palabras escritas en irlandés antiguo con grafía comprensible, aparecieron en los márgenes o bajo las líneas de manuscritos latinos medievales en los siglos VII-IX.  Son las llamadas glosas de Wurzburg, Turín o Milán, escritas enlengua irlandesa, en una letra que deriva de la uncial latina.

Una glosa es un comentario explicando el significado de palabras o frases que, en este caso, se encuentran en una lengua distinta (latín) a la propia del glosador (gaélico). Se estudiaron y organizaron desde inicios del s. XX por filólogos irlandeses y germanos, principalmente. Los glosadores son desconocidos: tal vez eran estudiantes de la temática de cada libro, o del latín, o quizá clérigos que desentrañaban el sentido simbólico de algunos textos para luego explicarlos en predicación o enseñanza.

Estas glosas se encuentran en copias de los Soliloquios de San Agustín, las Epístolas de San Pablo e incluso en copias de la obra de Beda el Venerable. Todas se datan en el periodo del Antiguo Irlandés, entre el s.VII y el IX.

De hecho, un compendio de comentarios en latín de los libros de la Biblia, que se encuentra en distintos manuscritos de Francia y Suiza (datados en s. IX-XII), constituye un argumento poderoso a favor de estos glosadores. La «Biblia de referencia», como se conoce este conjunto de textos desde el siglo pasado, sería quizá una ayuda para predicadores o copistas, y muestra, si no manos irlandesas, sí al menos influenciadas por Irlanda.

La imagen del Cathach de la portada nos revela un estilo raro de encadenar las palabras por arriba, que sorprende y desafía al lector, aunque sabemos que se trata de un Salterio (recopilación de Salmos) en latín. Como la tradición lo atribuye a S. Columcille de Iona, se le ha imputado esa datación, nada menos que el s. VII. Hoy se data con mayor probabilidad a mediados del XI.

Existe un alfabeto en letra semiuncial romana grabado en un pilar bastante deteriorado ya que está en el exterior de la iglesia prerrománica de Kilmalkedar (Co. Kerry).

El pilar tiene grabadas cruces latinas y griegas simples, con los extremos acabados en volutas, un estilo decorativo sencillo que sugiere una fecha temprana, anterior al s. XI. Pero ¿para qué podría servir un alfabeto grabado en un pilar? ¿No sería solamente un ejercicio de prueba del lapicida?

Una lauda de Clonmacnois (Françoise Henry, L’Art Irlandais).

Si fuese un ensayo del grabador, apenas podría relacionarse con las sencillas laudas que se encuentran en los cementerios de templos anteriores al s. XII, como Glendalough o Clonmacnois. Pero solamente el estudio arqueológico podría determinar si estas laudas no son posteriores a la construcción del edificio, o sea: que se han datado por el contexto y el estilo decorativo de la cruz, a veces muy sencillo y otras más elaborado, como el de la imagen. Contienen una dedicatoria y una cruz que suele tener los remates de los brazos y el centro decorados. En todos estos ejemplos aparece una escritura tan característica como la de los manuscritos: el trazo recto sobre la g con gancho abierto hacia la izquierda, o la forma de la n son muy típicos de la escritura libraria irlandesa.

Tambien, la presencia de signos de abreviatura: una línea horizontal encima de la palabra Or, que es la abreviatura de Oroit («una oración») y al final, el nombre del encomendado.

El uso de abreviaturas, derivadas de las notas tironianas latinas, es típico de la escritura de amanuense irlandesa, y se ha conservado en la lengua gaélica hasta nuestros días. Aquí podéis ver ejemplos extraídos de distintos manuscritos medievales.

(CONTINUARÁ)

Libros de Hibernia (1)


Libro y su cartera de llevarlo. (Françoise Henry, L’Art Irlandais, 1979)

PRESENTACIÓN

Como se acercan fechas hibérnicas y no voy a estar, dejo programada esta entrada, que tal vez forme parte de un serie.

Los libros de Irlanda son una de las cumbres de la iluminación europea de época altomedieval, aunque la producción de libros fue muchísimo más amplia que los meros libros iluminados. Aparecen por todo el continente europeo, casi siempre en lugares que todavía mantienen algún lazo histórico con Irlanda. Los iluminadores irlandeses recogieron sus propias tradiciones en el denominado «estilo neolateniense» que se percibe en algunas páginas-tapiz del libro de Durrow.

Una página del libro de Durrow. Colorido y complejidad geométrica neoLateniense (Co. Laois, Irlanda)

Pero tambien fueron influenciados por el arte anglosajón y luego, por el escandinavo. Otras influencias son menos evidentes, como la del Imperio de Oriente, que pudo tener motivos más cercanos que la lejana Constantinopla… aunque viajeros nunca faltaron en Irlanda.

Esta mezcla se fue «hibernizando» hasta incorporarse a «lo irlandés» por antonomasia.

Pero en Hibernia no solamente existieron libros iluminados. También hubo libros menos conocidos, como los glosarios o los repertorios de nombres geográficos o personales; las compilaciones de textos laicos recogiendo tradiciones propias de distintas regiones del país en un volumen único, o bien las copias en lengua irlandesa tardía de obras universales.

Existen incluso ejemplares rescatados «después de muertos», como el Salterio de Faddan More y otros que fueron tan apreciados que se convirtieron en reliquia, protegidos por un invento hibérnico que hizo fortuna: el cumdach o protección/relicario para libros.

Los curiosos siempre encontrarán alguna novedad acerca de la datación o de las relaciones con Oriente u Occidente (o con otros libros) de algún viejo códice irlandés, publicada a través de los estudios de filólogos, arqueólogos o paleógrafos. La recolección de textos, sus relaciones enlazadas y su publicación para lectores especializados o público general, se han mejorado con el internet, así que existen proyectos a nivel nacional e internacional que digitalizan los códices más interesantes, o formalizan su texto en letras e idiomas modernos.

La escritura y la caligrafía llegaron a Irlanda a finales del s. VI, impulsadas por la necesidad de libros litúrgicos para la expansión del Cristianismo por el lejano Occidente. En poco tiempo se desarrolló una escritura propia, que no solamente reflejaba bien la lengua latina, sino que pronto empezó a hacerlo en la propia lengua del país. Encima, los escribas irlandeses empezaron a ser competentes en latín y también griego o hebreo, creándose una corriente «hiberno-latina» de escritores y sabios.

Evangeliarios, Misales, libros de Salmos (o Salterios) como el Cathach o «Batallador», fueron las obras basicas que se mantuvieron durante toda la Edad Media. Todavía en el siglo XVI los libros que reunían distintas historias, o colecciones de vidas de santos, o colecciones de lo que fuere, siguieron favorecidos por los exiliados irlandeses.

El monje o clérigo irlandés de la iconografía (desde la más primitiva) siempre lleva un macuto cuadrado: contiene un libro.

Ya en la Alta Edad Media aparecieron glosarios, recopilaciones de tradiciones legendarias locales o tribales, libros de máximas legales y más tarde, repertorios conteniendo todas esas cosas, además de libros de poesía (duanaire) que recogían lo atribuido o dedicado a una determinada familia. Posteriormente, aparecieron copias de libros universales famosos, como el de Avicena y la obra de Marco Polo, que ya comentamos.

A partir del s. XIII se compilaron en la isla obras legales escritas muy anteriormente (hasta del s. VIII), lo que dio origen al complejo mundo del «Corpus Iuris Hibernicis», en el cual se basa lo que sabemos del entramado socio-económico de la Irlanda medieval y sus diferencias respecto al feudalismo.

Desde la fundación de Iona en la actual Escocia por S. Columcille y la instalación de Lindisfarne (c. 635) y de las familias monásticas de estas fundaciones, la expansión irlandesa se alargó por lo que hoy es Northumbria, y Anglia, pasó por Bretaña la Menor y llegó a la Europa continental. Se atribuyen fundaciones a peregrinos irlandeses en Francia, Suiza, Austria y el Norte de Italia, derivadas de las misiones de S. Fursa y sobre todo de S. Columbano el Joven y sus seguidores (VI-VII), así como al sajón S. Willibrod -quien dicen que estudió en Irlanda y andaría acompañado de irlandeses- y su misión en la Frisia.

Esta expansión repartió artesanos escribas (¡quizá no todos eran monjes!) que desarrollaron una escritura propia y estilos propios de iluminación.

Desde mediados del s. VII Irlanda produjo manuscritos con iluminaciones llenas de colorido y complejidad geométrica, encuadernados de una forma relativamente sencilla, que se fue adecuando al paso del tiempo en los ejemplares mejor conservados, y estuvo acompañada de un espectacular desarrollo de una caligrafía con fuerte personalidad, derivada de los usos del Imperio Romano.

(Seguirá)