Se habla en esta deliciosa entrada acerca de los libros que tienen una segunda (o quizá cuarta) oportunidad. Y eso me hace sentirme triste sobre los libros que nadie quiere.
Voy a mudarme y tengo demasiados libros. He hecho una criba, no una criba exhaustiva, un poco sin orden. No poseo libros caros y raros, encuadernadísimos y magistrales, que lucieran y relucieran en algún lugar especial… Pero tengo muchos y ha habido que cribar, porque ahora disfrutaré de menos espacio.
Los he ofrecido a sitios locales que publicitan su solidaridad libresca, pero no quieren que les donemos (más) libros (ni ná).
Los he ofrecido a sitios megasuperguays donde hay libros que valen y otros que no, porque los libros también se discriminan, como sabe todo aquel que haya leído el Quijote. De la biblioteca municipal no digo nada de nada.
A un buen grupo he tenido que bajarlo a mano por las escaleras, pasearlo por entregas en un carrito de la compra y enviarlo gratis a un sitio donde es posible que los agradezcan.
No me quejo por lo gratis, me quejo porque no los han querido (sin saber títulos ni nada) en sitios muy publicitados como innovadores, oh, oh, porque “acogen”… pero adonde no valen los “libros de colección”. Ah, sí, se trataba de una buena colección de libros de Historia y Arqueología universal, bien ilustrados y competentes en cuanto a contenido, breve y conciso, bien ilustrado. ¿Colección? Sí, ¿adocenada? no.
En fin, que la mayoría los estoy “cruzando”.
No es que aborrezca el palabro inglés, es que me fastidia la palabra bookcrossing, así que la mato de un traduc-tazo. “Cruzarlos” significa que los dejo por ahí, en los jardines, en la plaza, en la fila de la compra, donde me parece. si acaso les coloco un cartelito que dice “Si quieres, cuando lo acabes, déjalo por ahí”.
Me acuerdo de mi padre, que recogía todos los libros abandonados en los trenes nocturnos de largo recorrido que “morían” en Atocha. Los recogía y los almacenaba en un arcón de violento aroma a naftalina, donde yo iba a buscarlos, cuando nadie me veía. Libros que me trajo en inglés, en francés y en alemán, que ni él ni yo entendíamos, pero que tuvieron su uso cuando ya pude entenderlos (el alemán, ahí se quedó). Novelas y noveluchas en español, alguna vieja gloria de la novela histórica de mediados del XX, uno que me abrió los ojos a un nuevo mundo, algunas novela que entonces era contemporánea y que quizá vuelva a buscar…
Los disfruté o padecí todos. No cuento los libros que me traía al peso, comprados a peseta en la Cuesta de Moyano. Esos ya eran harina de otro costal y acabaron sus días en un palomar manchego.
Por eso, tendré que “cruzar” los míos. Imaginar que alguien cariñoso o más bien curioso, los recogerá en la plaza del pueblo, en un rincón del Jardín de la Isla, y como yo, los sufrirá o los disfrutará, porque esa es la cosa de los libros.
Como la cosa de los humanos es vivir y luego morirse.